10.8.07

WiP / Un padre y su hijo

Mire señor: en Rusia, los peores borrachos somos las mejores personas... y viceversa.
Yo estaba acostado y no pensaba en Iliucha, pero aquel día los chicos estuvieron divirtiéndose a costa de él. “¡Eh, barba de estropajo! – le dijo uno – agarraron a tu padre de la barba y lo sacaron a rastras de la taberna. Y vos corrías alrededor de él pidiendo clemencia”
Tres días después volvió del colegio pálido y abatido
- ¿Qué te pasa?, le pregunté. El no me contestó
Al atardecer me fui a pasear con él. Hace algún tiempo salimos a pasear todas las tardes y llegamos hasta aquella roca. Es un lugar desierto y encantador. Íbamos de la mano como de costumbre. Tiene unas manos pequeñas, de dedos delgados y fríos, porque sufre del pecho.
- Papá… papá
- ¿Qué?
- ¡Cómo te trató ese hombre!
- ¿Qué le vamos a hacer, Iliucha?
- No hagas las paces con él, papá; no las hagas. Mis compañeros dicen que te dio diez rublos para que te calles.
- No, hijo mío. Por nada del mundo aceptaré dinero de él ahora
Él empezó a temblar. Tomó mi mano entre las suyas y me abrazó…
- Papá, desafialo. En el colegio me dicen que sos un cobarde, que no te vas a enfrentar a él, que vas a aceptar sus diez rublos.
- No puedo desafiarlo, Iliucha.
- De todos modos, papá, no hagas las paces con ese hombre. Cuando yo sea mayor, lo voy a desafiar y lo voy a matar.
- Matar, incluso en duelo, es un pecado, Iliucha.
- Papá, cuando yo sea un hombre, lo voy a tirar al suelo, lo voy a desarmar, me voy a arrojar sobre él con el sable en alto y le voy a decir: “Podría matarte, pero te perdono”.
Ya ve usted, señor, lo que ha absorbido ese espíritu infantil durante estos días. No hace más que pensar en la venganza.
Anteayer, cuando volvió del colegio con las huellas de haber sido cruelmente golpeado, me enteré de todo. Usted tiene razón. No va a volver nunca al colegio. Está desesperado. Su corazón arde de odio. Tengo miedo por él.
- Papá, ¿los ricos son las personas más poderosas del mundo?
- Sí, Iliucha: no hay nada más poderoso que un rico.
- Entonces me voy a hacer rico, papá. Voy a ser oficial y voy a vencer a todos los enemigos. El zar me va a recompensar, y entonces voy a venir a reunirme con vos y nadie más se va a atrever a… papá, ¡qué vil es nuestra ciudad!
- Sí, Iliucha, es una ciudad muy vil.
- Vámonos a vivir a otra parte, papá. A donde nadie nos conzca.
- Eso me parece bien, Iliucha. Pero necesitamos dinero. Tendríamos que comprar un caballo y un carro…
Él estaba encantado, sobre todo de tener un caballo. Y a mí me complacía poder distraerlo así de sus sombríos pensamientos.
Pero ayer volvió del colegio más abatido que nunca. Por la tarde, durante el paseo, no despegaba los labios. Los dos estábamos tristes.
- Bueno, muchacho; vamos a hacer los preparativos para el viaje.
Él no dijo ni una palabra. Llegamos hasta esta piedra. En el aire se veían al menos treinta barriletes, es la época de remontarlos
- También nosotros podríamos hacer remontar nuestros barriletes del año pasado, Iliucha. Yo los voy a reparar.
Él seguía mudo y daba vuelta la cara para no mirarme. De pronto, el viento empezó a zumbar, levantando nubes de tierra, Iliucha se arrojó sobre mí y me rodeó el cuello con los brazos. Sollozaba entre convulsiones, me apretaba contra su pecho.
- ¡Papá, mi querido papá! ¡Cómo te humilló ese hombre!
Entonces yo también me puse a llorar, y los dos lloramos abrazados sobre esta gran piedra. Nadie nos veía: sólo Dios.
No señor, no voy a azotar a mi hijo por el daño que le ha hecho a usted.



Leido por Javier Lorenzo y Nahuel Pérez Biscayart en el marco del Work in progress / Rojas - Agosto 2007.

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