26.8.07

WiP / Últimas palabras del Inquisidor

"Pero el rebaño volverá a reunirse y volverá a someterse ya de una vez para siempre. Entonces les daremos una felicidad tranquila y mansa, una felicidad de seres débiles, tales como han sido creados. Oh, los convenceremos, finalmente, de que no se enorgullezcan, pues tú los has elevado y les has enseñado a enorgullecerse; les demostraremos que son débiles, que no son más que unos lamentables niños, que la más dulce de las felicidades es la felicidad infantil. Se volverán tímidos, empezarán a mirarnos y a apretarse contra nosotros, medorosamente, como los pollitos contra la gallina. Se sorprenderán, se estremecerán de horror ante nosotros, y se sentirán orgullosos de nuestro poder y nuestra inteligencia, de que hayamos sido capaces de someter un rebaño tan turbulento de millones de hombres. Temblarán, sin fuerzas, ante nuestra cólera; se entorpecerán sus inteligencias; de sus ojos fluirán frecuentes lágrimas, como ocurre con los niños y las mujeres, pero con la misma facilidad y a voluntad nuestra pasarán a la alegría y a la risa, a la alegría luminosa y a la feliz cancioncita infantil. (...) Todos serán felices, todos los millones de seres, excepto unos cien mil dirigentes. Pero sólo nosotros, depositarios del secreto, sólo nosotros seremos desdichados. Habrá miles de millones de criaturas felices y cien mil mártires que tomarán sobre sí la maldición de conocer el bien y el mal. Los primeros morirán dulcemente, suavemente, se apagarán en tu nombre, y tras la tumba no hallarán más que la muerte. Pero nosotros conservaremos el secreto, y para su propia felicidad los cautivaremos con el premio del cielo y de la vida eterna. Porque aunque hubiera algo en el otro mundo, no sería, desde ya, para hombres como ellos."
(...)
Quisiera concluir del siguiente modo - dijo Iván - cuando el Inquisidor termina, espera un rato a que el Prisionero le responda. El silencio que el Cautivo guarda le resulta penoso. Mientras él había hablado, el Prisionero se había limitado a escucharlo atenta y mansamente, mirándolo a los ojos, por lo visto sin desear contestarle nada. El viejo quería que otro le dijera algo, aunque fuese amargo y horrible. Él, de pronto, sin decir una palabra, se acerca y le besa dulcemente los exangües labios nonagenarios. Esta es toda su respuesta. El viejo se estremece. Algo tiembla en los extremos de sus labios; se dirige a la puerta, la abre y dice: "¡Véte y no vuelvas más... no vuelvas nunca... nunca... nunca más!" Y lo deja salir a las oscuras plazas y calles de la ciudad. El Prisionero se va.


Texto leido por Couceyro los lunes 6 y 13 de agosto en el WiP presentado en el CCRRR. Este texto cerraba el trabajo.

No hay comentarios.: