18.1.08

El melodrama - Parte 2

Mientras Alex va creciendo también lo hacen los mellizos Tigrov. Ambos enfrentan la vida con el mismo dolor y la misma melancolía. Son niños tristes, arrasados por la soledad de Odille y el abandono cotidiano de Teodoro. Abandono que a veces sabe disfrazarse de otra cosa: Sonja conoce la presencia del padre cuando aquel sabe visitarla por las noches y hurga -con paciencia y convicción de propietario- el delicado himen con los dedos de la mano izquierda. Sonja se encomienda a Dios al que imagina como un padre enorme, sin manos. Los padres, cree Sonja, no deberían tener manos. Ella, dice, será madre. Y durante varios meses decide dejar de usar las manos, las anula, no sabe ya cómo moverlas. Odille vive frente a la máquina de tejer y no puede ocuparse de la pequeña niña: es Mijail –entonces- quien alimenta a Sonja, quien juega con ella, la viste y la baña. Mijail es durante mucho tiempo las manos de Sonja. Y en ese ser parte del otro va olvidando su propia identidad. Mijail será la sombra de Sonja y -como ella- crecerá en un mundo femenino, como ella amará la Naturaleza y como ella sabrá que los hombres sólo buscan desarmar con los dedos lo que la Naturaleza supo, con tanto celo, hilvanar. Sonja y Mijail crecen en la certeza de que la Naturaleza sabrá devolverle al hombre lo que el hombre hizo con ella. Ambos saben que el poder de los animales se encierra en el alma de cada hombre bajo siete llaves y que llegará el día en que el séptimo sello sea violado para que del fondo del alma nazca, inmenso, decidido, final, el animal que sepa librar la última batalla.

Sonja Tigrov en el parque junto a Damien Richardson: crónica de un amor imposible.


Mientras los mellizos Tigrov conocen los secretos de la Naturaleza, Margaret Richardson se cae de una escalera abriéndose la cabeza sobre el exacto filo de aquel mueble que Teodoro insistió en poner al pie de la escalera, como si aquel accidente formase parte de un minucioso y exacto plan pergeñado por él. Parte de la masa encefálica de Margaret vino a rodar sobre el pulido piso del comedor y el cosido fue inmediato, casi sobre el charco de sangre y los restos de piel escamada. El médico dictaminó lo que era evidente: reblandecimiento cerebral. El segundo embarazo es descubierto en aquella misma revisación. Damien nacerá siete meses más tarde (en un parto trabajoso y prematuro) y será el lactante de aquella leche estúpida y reblandecida. Teodoro, claro, sabrá que aquel segundo vástago será el encargado de servir en la casa y que ya no será necesario seguir despilfarrando dinero en todos aquellos sirvientes. Damien crecerá en el rigor de la servidumbre, en el infierno de la esclavitud -infierno aún más hondo si el que dicta las ordenes es el padre. Alex recibe con enorme frialdad la llegada de Damien: lo culpa del accidente de su madre, lo culpa del silencio que habita la casa desde entonces. El tiempo irá limando esas asperezas cuando sea Damien el que comience a cuidar a su madre, a ayudarla día y noche, a permitir que la pobre Margaret recupere la fe, el habla y la capacidad salvadora de la lectura. Margaret le leerá entonces a Damien aquellos viejos relatos de cuando era niña, Margaret irá recuperándose gracias al amor de Damien. Amor salvaje, casi. Amor primario. Alex entenderá el sentido de la existencia de aquel sirviente que comparte su sangre. Quien parece seguir sin descubrirlo es Teodoro que ve con malos ojos la recuperación de Margaret ya que teme represalias sobre los constantes abusos que sobre el cuerpo de la estúpida él realiza diariamente cuando el demonio de la lujuria se hace presente. Margaret podría –así- hablar de todas aquellas prácticas vejatorias.

No hay comentarios.: