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23.6.08

El sábado en ADN

Teatro | Alejandro Tantanian
El dramaturgo y director cuenta en esta entrevista el proceso creativo de
LANACION.com | ADN Cultura | Sábado 21 de junio de 2008

El sábado en La Prensa

"LOS SENSUALES" ES UN LUCIDO EJERCICIO SOBRE LA AMORALIDAD DE UNA SOCIEDAD EN CRISIS
La pasión, el deseo y la locura

"Los sensuales" de Alejandro Tantanian. Dirección: Alejandro Tantanian. Escenografía y vestuario: Oria Puppo. Iluminación: Jorge Pastorino. Musicalización: Pablo Rotemberg, Alejandro Tantanian y Diego Velázquez. Música original: Diego Penelas. Letras de canciones: Alejandro Tantanian y Martín Tufró. Coreografía: Pablo Rotemberg. Actores: Mirta Bogdasarian, Gaby Ferrero, Stella Galazzi, Javier Lorenzo, Nahuel Pérez Biscayart, Pablo Rotemberg, Luciano Suardi, Diego Velázquez y Ciro Zorzoli. El camarín de las musas (Mario Bravo 960).

En Los Sensuales Alejandro Tantanian le otorga un mismo nivel de importancia a la música (a través de canciones, coreografía) y el teatro (el texto, la palabra). Esto es algo que el director, dramaturgo y actor lo venía haciendo hace tiempo en sus unipersonales, entre ellos, "De lágrimas" y "De protesta", pero aún no lo había experimentado en las obras por el dirigidas. Los Sensuales es un espectáculo coral cuyo núcleo de conflicto es una familia dividida en dos, con hijos de madres distintas y un mismo padre. Precisamente el sorpresivo asesinato del padre hace estallar en minimalistas conflictos, el drama que se esconde en cada una de las vidas de esos hermanos, de distintas edades.

EL DISPARADOR
Fiodor Dostoievski, el novelista ruso, es el disparador imaginativo que permitió a Tantanian elaborar este melodrama, con elementos de vodevil y también de tragedia irónica, en el que se habla, sin expresarlo abiertamente, de la moral, del deseo, de las creencias religiosas y de los vínculos destruídos por la mezquindad, la soberbia y el sinsentido. Si en la anterior Los Mansos, también inspirada en Dostoievski -en aquel caso en "El príncipe idiota"-, el entorno era netamente poético, acá el drama "lunar", taciturno, oscuro, es mechado con ciertas dosis de melodrama, para encaminarse después hacia una extraña sensación de desamparo que envuelve por igual a todos los personajes. Los personajes de Tantanian representan cada uno un signo distinto de la mezquindad humana, puesta al servicio, en su mayoría de la destrucción, a veces premeditada, a veces inconsciente, del otro, ya sea a través del amor asfixiante, del incesto, el adulterio o la muerte. Con estos elementos Tantanian pone en marcha un estilo de trabajo que refiere a una estado de locura latente, que se traduce en situaciones en el que cada personaje representa una idea distinta del individuo, de la existencia, pero en su totalidad, esa familia parece responder a un único protagonista: mostrar que la irracionalidad y el caos a veces es parte de una sociedad, sin que sus implicados tengan clara cuenta de este suceso.

DE LA PASION
En
Los Sensuales Teodoro Tigrov, el padre, fue asesinado a golpes de martillo y su amante cree que fue uno de sus hijos. Por eso con la ayuda de sus hermanos Lise y Alberto Malheur, intenta poner en marcha una trama detectivesca que permite detectar al criminal. Claro que en ese trayecto no se tomó en cuenta los sugestivos planos de pasión que son capaces de despertar los Tigrov, almas solitarias, inmersas en una orfandad de moral, de emociones y sentimientos que intentan encontrar su cauce como pueden. A veces, algunos de ellos se tropiezan con lo imprevisto, lo prohibido. En otros es la propia autocensura la que no deja abiertos los canales de experimentar una sensación verdadera. De esta nueva performance teatral de Alejandro Tantanian se admira y gratifica su libertad creativa. En ese tránsito de un género a otro, jugado sin prejuicios, el director desnuda un artificio teatral, en el que el sentido de verdad y de lo fingido, se muestra como un objeto escénico capaz de traslucir una emocionalidad construida en base a una creativa sutileza de recursos magníficamente traducidos al escenario, por su muy bien elegido equipo actoral.

Juan Carlos Fontana

5.6.08

Ayer

... en el Rojas se inauguró la muestra de fotos de Los Sensuales de Ernesto Donegana. No dejen de darse una vuelta. Están buenísimas.

En Crítica Teatral dijeron esto

Los Sensuales
La octava maravilla


Un padre espera. Sufre. Muere. A mazazos. En la cabeza. Asestados de algún modo por sus cinco hijos, que no saben (o tal vez no quieren saber) que son hermanos. Alejandro Tantanian y el más maravilloso grupo de actores que se podría juntar sobre un escenario hacen de esta escena de apertura la más determinante, potente, poética y multigenérica del teatro contemporáneo. La expresividad corporal y gestual de un fantasmagórico Ciro Zorzoli (en el papel de Teodoro Tigrov, el padre asesinado) es lo primero que se muestra al público. La atención (y la tensión) se activa entonces en el espectador, para no desactivarse hasta mucho tiempo después de abandonada la sala. Una música intrigante, de una potencia inaudita, comenzará a sonar, y sus cinco hijos surgirán desde el fondo de la escena, manejados por una fuerza irrefrenable, cual marionetas, en una magníficamente orquestada coreografía que, sensuales y violentos, con los ojos fuera de sus órbitas y la sangre hirviendo en sus cuerpos, los acercará, paso a paso, a la concreción del acto horrible que desatará la tragedia: el parricidio. Y el espectador ya no podrá escaparse: ha sido atrapado en las garras de los sensuales. Ya sabe (o cree saber) lo que le espera: música, coreografías, canciones, y una magnánima tragedia. No sospecha aún que estos elementos en mano de los nueve actores que dominan la escena pueden crear un coctail imprevisible que tal vez, si se fuera precavido y miedoso, debería ser bebido con moderación. Pero si algo no hay en esta puesta, es moderación; y el público lo sabe, lo festeja, y se entrega, con los ojos bien abiertos, a la desmesura de la pasión, la sensualidad y un teatro cien por ciento sanguíneo.
Tras esta muerte inicial, Odette Malheur (amante de Tigrov, hermana gemela de su ex esposa, ya muerta), lanza una maldición: los hijos de Teodoro pagarán por su muerte. Una nube tóxica se impone entonces sobre estas tres familias que, en el fondo, son una sola. Por un lado, los Malheur, quienes creen tener el poder en un principio. Y por otro, los Tigrov y los Richardson, hijos del muerto. La desaparición del padre conlleva una muerte de la ley, una subversión de los valores. En este caso, la maldición de Odette se expresa en un ardor en la sangre de los hijos, que parece llevarlos a querer unirse, mezclarse, fusionarse con su propia sangre. Amores entrecruzados entre parientes: correspondidos, cambiantes, no correspondidos. Pasiones incontenibles que brotan de los cuerpos, de las bocas, de las almas. Vidas vividas en un segundo. Un descontrol que sólo podría acabar en la tragedia.

La génesis de Los sensuales fue tan abierta que permitía arribar a cualquier resultado: Alejandro Tantanian se propuso en un principio trabajar con estos nueve actores y tomando a Los hermanos Karamazov, de Fedor Dostoievski, como punto de partida. Nada más estaba dicho y, de esta indeterminación inicial, propicia para las más variadas aventuras, se fue gestando la obra, que en algún momento iba a ser una revista y acabó convirtiéndose en un melodrama. Puede que haya habido mucho de juego en este proceso de gestación colectivo, porque lo lúdico se impone en el escenario. El trabajo de Pablo Rotemberg en las coreografías (sobre todo en el espléndido número que comparte con Diego Velázquez) da cuenta de esto. Y cuando las palabras ya no pueden decir lo que quiere expresarse, se abren paso las canciones, originales e interpretadas en vivo, como última vía por la que se desborda la presión sanguínea, pasional y sensual de cada uno de los personajes.
El vestuario dice también algo de ellos: nos habla de sus realidades, de sus sueños, de lo que son, del lugar en el que se plantan en la vida (una Odette Malheur de pasos pesados, duros y severos, dados con unas rústicas plataformas; un Damien Richardson contenido, introvertido y nervioso, prolijo y acotado en unos límpidos tonos pasteles; un William Richarson joven y vivaz alrededor del cual se van a desatar las más profundas y violentas pasiones, que desencadenarán en la tragedia, envuelto en un llamativo azul eléctrico). Una iluminación sutil colabora en la creación de un ambiente tan poco realista como poético y una escenografía mínima y sencilla permite que un mismo espacio se transforme en infinitos ambientes. El minimalismo propuesto desde estos dos rubros es una elección acertadísima para compensar los desbordes actorales, coreográficos y musicales de la escena.

Los actores se destacan (todos) en sus interpretaciones. Diego Velázquez es mágico como el enamoradizo Mijail Tigrov, un niño inocente siempre al borde del llanto con la sangre alborotada y el corazón cambiante. Pablo Rotemberg deslumbra una vez más con sus dotes como bailarín y pianista. Nahuel Pérez Biscayart, al mismo tiempo fuerte y vulnerable, es un perfecto objeto de deseo en torno al cual se enredan las más diversas pasiones. Javier Lorenzo se destaca como el sensual más sufriente, con la pasión más contenida. Mirta Bogdasarian estalla de amor en escena. Ciro Zorzoli deslumbra como aparición de ultratumba y Stella Galazzi, Gaby Ferrero y Luciano Suardi conforman una tríada de maléficos hermanos a los que nada les sale como lo habían planeado.
Con estos nueve actores, claro, nada podría salir mal. Con esta dramaturgia, tampoco. En un espacio tan sensual y acogedor como la sala Los Mansos, del Camarín de las Musas, menos. Y así sucede, al fin. En Los sensuales, nada sale mal. Todo es perfecto, como un ensueño. Al espectador sólo le queda entregarse, abrirse, dejarse llevar por un espectáculo que le hará recordar que esto, justamente algo como esto, es lo que hace del teatro la octava maravilla del mundo.

Anabella Castro Avelleyra

1.6.08

Hoy en Clarín

Entrevista a Alejandro Tantanian
Elogio de la desmesura

Convirtió en un melodrama una obra de Dostoievski. "Yo no creo en las adptaciones de nada", aclara, polémico.

Por: Eduardo Slusarczuk

"Un libro por un lado y un grupo de gente por el otro. Eso es todo lo que había en noviembre de 2006", dice, en un bar de Belgrano, Alejandro Tantanian. De esta forma, revisa el proceso de creación de Los sensuales, la obra que se presenta en El camarín de las musas (Mario Bravo 960), los viernes y sábados a las 23,30. Y confiesa: "Lo milagroso de esta obra es que hayamos llegado al estreno".

Después de escribir y dirigir Los mansos, basada en la novela El idiota, de Fedor Dostoievski, Tantanian eligió a Los hermanos Karamazov, del mismo autor, para su nueva producción. "Dostoievski llega a ésta, que es su última novela, como si empezara a jugar con todos los temas con los que había trabajado hasta entonces. Como si los tomara en tono de farsa", explica. Y amplía: "Es como si se pudiera reír de la ortodoxia, el nihilismo y la religiosidad de todos los grandes temas". Después, da un paso más allá. "Sin embargo, hay algo en la densidad de la obra, algo de su aspecto trágico, que me interesaba trabajar", remata.

En un campo artístico en el que las adaptaciones están a la orden del día, Tantanian se planta. "Yo no creo en las adaptaciones de nada. Prefiero hablar de una apropiación de ese objeto que es la novela", sienta posición y comienza a contar cómo trabajaron la puesta. "Les dije: chicos, lean la novela y empecemos a trabajar. Cada uno elegía una escena, un personaje e improvisábamos. De allí intenté rescatar lo valioso, recortar y editar ese material de la mejor manera", recuerda.

¿Por qué elegiste el melodrama como lenguaje para la puesta?
En la obra hay un código de actuación sostenido por el realismo, pero los conflictos están un poco saturados. Un personaje, por ejemplo, mira a otro a la cara y se enamora de tal manera que mataría por él. Y todo sucede en un tiempo que no tiene nada que ver con el real. Si pensamos en todas las cosas que pasan en esos siete días que Los hermanos Karamazov narra en sus casi mil páginas, vemos que pasa lo mismo. A mí me interesaba ver qué pasaba en el teatro con eso, y el melodrama es un género que permite tales saltos emocionales. Ahí, por cierto, no hay psicología que resista.

Como si no hubiera espacio para analizarlo desde lo racional.
Por eso también la idea de la sensualidad en el sentido de que lo que tracciona es lo que dictan los sentidos, sin pasar por la cabeza. Hay algo de ese impulso genital, pasional, que está puesto todo el tiempo ahí. Y cuando la palabra no puede dar cuenta del soporte emocional, aparece la música como recurso, la palabra cantada, que es otro registro.

¿Cómo se hace para no caer en el ridículo cuando se trabaja un género tan cercano a la parodia?
El mayor riesgo de este espectáculo era que quería plantear la obra desde un punto de vista en el que la verdad fuera el norte de la actuación. Y para eso cuento con un elenco que la sostiene. Hay veces que el público no puede conectar y de pronto, lo consigue. Y eso habla de la eficacia, en el buen sentido, de la manera en que está concebida la gramática del espectáculo.

¿Qué importancia tienen las coreografías en esa gramática?
Son esenciales en la decisión de decir, desde un comienzo, para dónde va el trabajo. La energía, la violencia, la contundencia de los cuerpos son una señal de lo que se va a desenvolver en escena.

Una trama en la que el parricidio actúa como disparador.
Sí. En general la muerte marca el fin de un orden. En Los sensuales, tras el asesinato del padre hay algo de esa ley previa que desaparece. Esa ausencia empieza a transitar por los cuerpos, hay un entrecruzamiento de sensualidad sin ninguna ley y el fin del caos es una nueva muerte. Yo intento ver que pasa con esta historia en el aquí y ahora. Siempre tuve la idea, y creo que está conseguido, de lograr un espectáculo poderoso en el sentido expresivo. Construí un espacio para que esa contundencia escénica pase, con la intención de que el público no permanezca pasivo.

¿En qué sentido?
En el de poder ir al encuentro de la platea y que la plantea avance hacia la obra. Por eso me parece que, desde el comienzo, te agarra y te mete, o te expulsa. Es el riesgo. Pero sin riesgo, en estas circunstancias de producción, motorizadas por el deseo de hacer, no hay experiencia.

LA DENSIDAD DE "LOS HERMANOS KARAMAZOV" LE INTERESABA AL DIRECTOR.

El deseo como un arma cargada


Existe en Los sensuales una clara intención de no entorpecer la lectura de la obra con estrategias distractivas. La obra es lo que se ve y lo que se escucha. Todo está a la vista. Los manchones de las paredes de la sala, las claraboyas del techo, los movimientos de los cuerpos, las voces desnudas, en el estado de mayor pureza y crueldad.

Tras el asesinato de su amante, Odette Malheur (Stella Galazzi) escupe su venganza. "Qué tu muerte desate el caos", grita frente al cuerpo de Teodoro Tigrov (Ciro Zorzoli). Y el caos sucede. Entonces, durante casi dos horas la seducción es el arma del deseo más primario. Nadie calcula. Sonja Tigrov (Mirta Bogdasarian) busca, se enamora, vuelve a enamorarse. No entiende, siente. Como Alex Richardson (Pablo Rotemberg) dueño de miradas que abrazan, acarician, atan, azotan.

Dos tabiques, cambios imperceptibles de iluminación fabrican los ambientes que el público imagina. Todo tiene un sentido. La respiración entrecortada de Mijail (Diego Velázquez), el balbuceo de Damien (Javier Lorenzo), la imploración de Alberto Malheur (Luciano Suardi), las reacciones de William (Nahuel Pérez Biscayart) y cada caída de la Lise (Gaby Ferrero). Cada acción apunta y dispara. Los actores hablan de deseos, desengaños, frustraciones, soledades, y cuando eso ya no alcanza, los cantan. Y el melodrama lo es aún más. Y la parodia lo es cada vez menos, hasta desaparecer.