Elogio de la desmesura
Convirtió en un melodrama una obra de Dostoievski. "Yo no creo en las adptaciones de nada", aclara, polémico.
Por: Eduardo Slusarczuk
"Un libro por un lado y un grupo de gente por el otro. Eso es todo lo que había en noviembre de 2006", dice, en un bar de Belgrano, Alejandro Tantanian. De esta forma, revisa el proceso de creación de Los sensuales, la obra que se presenta en El camarín de las musas (Mario Bravo 960), los viernes y sábados a las 23,30. Y confiesa: "Lo milagroso de esta obra es que hayamos llegado al estreno".
Después de escribir y dirigir Los mansos, basada en la novela El idiota, de Fedor Dostoievski, Tantanian eligió a Los hermanos Karamazov, del mismo autor, para su nueva producción. "Dostoievski llega a ésta, que es su última novela, como si empezara a jugar con todos los temas con los que había trabajado hasta entonces. Como si los tomara en tono de farsa", explica. Y amplía: "Es como si se pudiera reír de la ortodoxia, el nihilismo y la religiosidad de todos los grandes temas". Después, da un paso más allá. "Sin embargo, hay algo en la densidad de la obra, algo de su aspecto trágico, que me interesaba trabajar", remata.
En un campo artístico en el que las adaptaciones están a la orden del día, Tantanian se planta. "Yo no creo en las adaptaciones de nada. Prefiero hablar de una apropiación de ese objeto que es la novela", sienta posición y comienza a contar cómo trabajaron la puesta. "Les dije: chicos, lean la novela y empecemos a trabajar. Cada uno elegía una escena, un personaje e improvisábamos. De allí intenté rescatar lo valioso, recortar y editar ese material de la mejor manera", recuerda.
¿Por qué elegiste el melodrama como lenguaje para la puesta?
En la obra hay un código de actuación sostenido por el realismo, pero los conflictos están un poco saturados. Un personaje, por ejemplo, mira a otro a la cara y se enamora de tal manera que mataría por él. Y todo sucede en un tiempo que no tiene nada que ver con el real. Si pensamos en todas las cosas que pasan en esos siete días que Los hermanos Karamazov narra en sus casi mil páginas, vemos que pasa lo mismo. A mí me interesaba ver qué pasaba en el teatro con eso, y el melodrama es un género que permite tales saltos emocionales. Ahí, por cierto, no hay psicología que resista.
Como si no hubiera espacio para analizarlo desde lo racional.
Por eso también la idea de la sensualidad en el sentido de que lo que tracciona es lo que dictan los sentidos, sin pasar por la cabeza. Hay algo de ese impulso genital, pasional, que está puesto todo el tiempo ahí. Y cuando la palabra no puede dar cuenta del soporte emocional, aparece la música como recurso, la palabra cantada, que es otro registro.
¿Cómo se hace para no caer en el ridículo cuando se trabaja un género tan cercano a la parodia?
El mayor riesgo de este espectáculo era que quería plantear la obra desde un punto de vista en el que la verdad fuera el norte de la actuación. Y para eso cuento con un elenco que la sostiene. Hay veces que el público no puede conectar y de pronto, lo consigue. Y eso habla de la eficacia, en el buen sentido, de la manera en que está concebida la gramática del espectáculo.
¿Qué importancia tienen las coreografías en esa gramática?
Son esenciales en la decisión de decir, desde un comienzo, para dónde va el trabajo. La energía, la violencia, la contundencia de los cuerpos son una señal de lo que se va a desenvolver en escena.
Una trama en la que el parricidio actúa como disparador.
Sí. En general la muerte marca el fin de un orden. En Los sensuales, tras el asesinato del padre hay algo de esa ley previa que desaparece. Esa ausencia empieza a transitar por los cuerpos, hay un entrecruzamiento de sensualidad sin ninguna ley y el fin del caos es una nueva muerte. Yo intento ver que pasa con esta historia en el aquí y ahora. Siempre tuve la idea, y creo que está conseguido, de lograr un espectáculo poderoso en el sentido expresivo. Construí un espacio para que esa contundencia escénica pase, con la intención de que el público no permanezca pasivo.
¿En qué sentido?
En el de poder ir al encuentro de la platea y que la plantea avance hacia la obra. Por eso me parece que, desde el comienzo, te agarra y te mete, o te expulsa. Es el riesgo. Pero sin riesgo, en estas circunstancias de producción, motorizadas por el deseo de hacer, no hay experiencia.
El deseo como un arma cargada
Existe en Los sensuales una clara intención de no entorpecer la lectura de la obra con estrategias distractivas. La obra es lo que se ve y lo que se escucha. Todo está a la vista. Los manchones de las paredes de la sala, las claraboyas del techo, los movimientos de los cuerpos, las voces desnudas, en el estado de mayor pureza y crueldad.
Tras el asesinato de su amante, Odette Malheur (Stella Galazzi) escupe su venganza. "Qué tu muerte desate el caos", grita frente al cuerpo de Teodoro Tigrov (Ciro Zorzoli). Y el caos sucede. Entonces, durante casi dos horas la seducción es el arma del deseo más primario. Nadie calcula. Sonja Tigrov (Mirta Bogdasarian) busca, se enamora, vuelve a enamorarse. No entiende, siente. Como Alex Richardson (Pablo Rotemberg) dueño de miradas que abrazan, acarician, atan, azotan.
Dos tabiques, cambios imperceptibles de iluminación fabrican los ambientes que el público imagina. Todo tiene un sentido. La respiración entrecortada de Mijail (Diego Velázquez), el balbuceo de Damien (Javier Lorenzo), la imploración de Alberto Malheur (Luciano Suardi), las reacciones de William (Nahuel Pérez Biscayart) y cada caída de la Lise (Gaby Ferrero). Cada acción apunta y dispara. Los actores hablan de deseos, desengaños, frustraciones, soledades, y cuando eso ya no alcanza, los cantan. Y el melodrama lo es aún más. Y la parodia lo es cada vez menos, hasta desaparecer.
1 comentario:
Hola Alejandro me llamo Tomas Pozzi soy actor argentino, pero vivo en madrid. Me encantaria poder leer los sensuales . . . ya que no lo puedo ver. Se que es mucho lo que te pido pero bueno . . . Mierda con las funciones y saludos a Nahuel . . . es el mejor.
tomas pozzi@gmail.com
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